La Comunidad Valenciana, se enfrenta cada año a una amenaza constante que hace peligrar su biodiversidad y zonas de gran valor natural: Los incendios forestales. Estos incendios no solo devastan el entorno natural, sino que también ponen en peligro la vida humana, las infraestructuras y el desarrollo económico de la región.

Además, se han visto potenciados, año tras año, por varios factores como: el cambio climático que provoca temperaturas más altas y sequías prolongadas; prácticas agrícolas y de gestión forestal inadecuadas que provoca la acumulación de biomasa, como ramas, hojas y otros materiales vegetales, en los bosques.

Este último es uno de los principales riesgos cuando se inicia un incendio, ya que actúa como combustible provocando una mayor magnitud y dificultando las labores de extinción. Ante esta situación, se han implementado diversas estrategias y proyectos para prevenir y mitigar los efectos de estos desastres naturales. Uno de los más innovadores y prometedores es el proyecto BioValoriza, energía que cuida nuestros bosques.

En este contexto, el proyecto BioValoriza destaca como una iniciativa pionera en la prevención de incendios forestales mediante la gestión forestal sostenible y el uso de la biomasa. Este proyecto compuesto por diversas entidades cuenta con el liderazgo de Diputación de Valencia, el soporte científico de las investigaciones que se están realizando, en el marco del proyecto, por la Universidad Politécnica de Valencia, los espacios naturales de la Mancomunidad Interior Tierra del Vino y la Mancomunitat Camp de Túria y los municipios de Llíria y Serra.

El objetivo principal del proyecto es transformar la biomasa forestal en recursos aprovechables,

contribuyendo así a la reducción del riesgo de incendios.

Para ello se pretende potenciar la capacidad de las zonas boscosas para generar biomasa útil para su uso como energía alternativa. Además, la Diputación de Valencia construirá dos plantas de producción de astillas capaces de trasformar más de 100 toneladas de material forestal en biocombustible. El cual, se utilizará para alimentar varias calderas de biomasa en edificios públicos, en sustitución de combustibles fósiles, consiguiendo así reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y apoyar a los municipios en la reducción de los costes energéticos.

Los combustibles fósiles, como el petróleo, el carbón y el gas natural, generan una acumulación de carbono en la atmósfera cuando se queman. Este carbono proviene de reservas subterráneas que han estado almacenadas durante millones de años. Al liberar grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) en poco tiempo, se incrementa significativamente el efecto invernadero, contribuyendo al cambio climático y al calentamiento global. Esta acumulación de carbono es problemática porque no existe un proceso natural rápido que pueda absorber y neutralizar estas emisiones.

En contraste, la gestión forestal sostenible y el uso de biomasa representan un circuito de carbono cerrado. Los bosques capturan CO2 de la atmósfera a través de la fotosíntesis, almacenándolo en la madera y otros tejidos vegetales. Cuando la biomasa se utiliza como combustible, el carbono se libera nuevamente a la atmósfera, pero puede ser reabsorbido por nuevos árboles en crecimiento, creando un equilibrio. Este ciclo cerrado de carbono no aumenta la cantidad total de CO2 en la atmósfera a largo plazo, siempre y cuando se mantenga una gestión forestal responsable que garantice la reforestación y la conservación de los ecosistemas forestales.

Por tanto, mientras que los combustibles fósiles agravan el problema del carbono acumulado en la atmósfera, la gestión forestal y la biomasa, cuando se manejan de manera sostenible, permiten mantener un equilibrio que contribuye a mitigar el cambio climático.